Icono del sitio Nómada Radio

Lingüista española explica por qué las letras tienen esos nombres (y no otros) en el abecedario: «La H es un misterio»

Foto: EUROPA PRESS

MADRID 22 Ene. (EUROPA PRESS).- La forma en que se nombran las letras del abecedario español no es fruto del azar, sino el resultado de una evolución histórica con raíces en el latín. Así lo explica Elena Herraiz, experta en letras del programa de televisión ‘Cifras y Letras’ y divulgadora lingüística en redes sociales, donde ha explicado en un reciente vídeo el origen de los nombres de las letras que utilizamos en la actualidad.

Según detalla la lingüista, los nombres de las letras provienen del latín y seguían una regla muy simple: el nombre de cada letra debía representar su propio sonido. «Con las vocales era muy fácil: A, E, I, O, U», explica. Sin embargo, con las consonantes, se añadía una E, cuya posición variaba en función del tipo de consonante.

Herraiz señala que, si la consonante era oclusiva, es decir, si para pronunciarla se debía cerrar la boca, la E se colocaba detrás, como ocurre con la B (be), D (de), T (te). Por otro lado, si la consonante no era oclusiva o era nasal, la E se situaba delante, como sucede con la M (eme), N (ene) o F (efe). «En castellano, esto no era muy normal, así que se añadió también una E detrás», añade la experta, explicando el motivo de las denominaciones actuales.

La letra V (uve) sigue el mismo patrón de denominación que otras consonantes, con la adición de una E al final, como ocurre con la B (be). Sin embargo, dado que en español ambas letras se pronuncian de manera similar, se decidió utilizar la vocal U en su denominación para diferenciarla de la B (be), evitando así confusiones. No obstante, en muchos lugares se han adoptado formas alternativas como «B larga» y «B corta» para distinguirlas de manera práctica en el habla cotidiana, explica.

LAS LETRAS QUE COMPARTEN SONIDO

El vídeo también aborda el caso de letras como la C (ce), K (ka) y Q (cu), que originalmente compartían el mismo sonido /k/. Para diferenciarlas, en latín se les asignó una vocal distinta, lo que facilitó su uso en distintas palabras.

Por otro lado, Herraiz explica que los nombres de algunas letras tienen su origen en el griego. La Z (zeta), por ejemplo, mantiene su denominación original, mientras que la Y, conocida como «i griega», refleja su uso en el alfabeto griego, donde se pronunciaba como una vocal. La divulgadora recuerda que la RAE intentó cambiar el nombre de la «i griega» a «ye» en 2010, aunque no logró un consenso total entre los hablantes, especialmente en España, donde muchos continuaron utilizando el término tradicional.

EL MISTERIO DE LA H Y OTRAS CURIOSIDADES

Entre los casos más peculiares, la experta destaca el nombre de la H, cuya denominación sigue siendo un misterio. Según comenta, podría estar relacionado con su uso junto a la letra C para formar el dígrafo CH, aunque no hay una explicación definitiva.

Otra curiosidad es el caso de la W (uve doble), que recibe su nombre por ser, literalmente, una «doble u», ya que en su origen las letras U y V eran variantes gráficas de un mismo símbolo. Asimismo, la J (jota) toma su nombre de la letra griega Iota, mientras que la X (equis), cuyo nombre en latín era IX, adoptó su forma actual en español con la adición de una E al inicio, dando lugar a la pronunciación equis.

Según la Real Academia Española (RAE), el objetivo de estandarizar los nombres de las letras en el ámbito hispanohablante es promover una única denominación para cada una de ellas, sin interferir en los usos tradicionales de los distintos países. Con este fin, la institución ha trabajado en la recomendación de una nomenclatura unificada que facilite la comunicación y el aprendizaje del abecedario en toda la comunidad hispanoparlante.

Salir de la versión móvil